domingo, 5 de junio de 2016

He peleado la buena batalla


       



  Se podría decir que el apóstol Pablo era un fanático de los deportes de su época, los juegos olímpicos cada 4 años y los juegos Ístmicos que se realizaban en Corinto cada dos años. Y él nos salpica de esa pasión y respeto que tenía por la disciplina de esos atletas, constantemente en su carta, sobre todo las dedicadas a personas de su equipo.
 
          Cuando escuché de la muerte Muhammad Ali, un polémico, un boxeador que nos sorprendió a todos dentro y fuera del ring, me hizo pensar en las palabras del apóstol Pablo que dan título a este escrito.  Alí se constituyó así mismo “el mas grande” por dos décadas y pocos se atrevieron a retarle ese título. Ali cambio el espectáculo del boxeo, y es con él que empiezan las cifras millonarias, y todos sus encuentros eran “la pelea del siglo”; los videos de sus hazañas han quedado para no dejar dudas de nuestro escrito.
     Al mejor estilo del apóstol Pablo, Ali nos deja interesantes lecciones a los varones que estamos en la batalla del día a día, lecciones dignas de aplicar a nuestra vida y ministerio. Su estilo de pelea, él mismo lo describía como “vuelo como mariposa y pico como abeja” describe realmente el estilo de un súper pesado que se movía como un ligero y pegaba como un pesado.

   Para Ali la pelea empezaba desde el momento que se firmaba el contrato. Iniciaba una guerra psicológica contra su adversario, o con gritos y amenazas muy de su personalidad. Per dentro del ring realmente dejaba claro que no era solo boca, sino que lo que decía lo respaldaba con sus puños. Vaya lección para nosotros los hombres de hoy, que decimos y decimos y no hacemos y no hacemos. Eso de “palabra de hombre” que se nos enseñó en casa en nuestra sociedad no existe, en la iglesia no existe; nos comprometemos con ministerios que no cumplimos, con horas que no respetamos, con apoyo económico que se nos olvida porque  a nuestra palabra no la apoya nuestro puño.
      En el ring, era un blanco (juego del idioma, sería realmente un negro) difícil de alcanzar, cosa que no le gustaba a muchos, y menos a los contrincantes, que no sabían qué hacer con el vuelo de la mariposa y la picada de la avispa. Nosotros los varones de hoy debemos ser “blancos difíciles”; no dar lugar al Diablo, al mundo y a la carne, siendo temerosos de nuestras conversaciones, fieles a Dios, a nuestras esposas y a la iglesia. Irreprensibles, difíciles de agarrar en trampa.
      El engaño al contrincante de hacerle creer que ya estaba vencido, y así se confiara y abriera la guardia, nos enseña que nosotros tenemos queser astutos y  ser sagaces en este mundo, no dejar que nos lleven al límite de nuestras fuerzas. Debemos pelear de tal forma que confundamos al adversario con una estrategia y un plan de pelea, no se puede vencer al enemigo si desconocemos su estrategia y su fuerza.
     El famoso juego de cintura, que ante el impacto del golpe lo asimilaba no deteniéndolo sino yéndose con él; nosotros no hemos aprendido a sacarle el mayor provecho a los golpes de la adversidad, sino que nos ponemos a quejarnos y sentirnos víctimas; no hemos aprendido a decir, “Señor, qué quieres enseñarme, qué provecho le saco a esto.
    Lo fulminante de Ali era que una vez el contrincante creía que, porque lo tenía contra las cuerdas y con la guardia abajo era pan comido, de una manera sorprende desde abajo, comenzaba a sacar sus golpes demoledores y a mover su cuerpo de tal forma que la sorpresa del contrincante abonaba a favor de la furia final de Ali. Nosotros los varones cristianos de este tiempo no hemos peleado hasta la sangre, no hemos peleado con todas nuestras fuerzas, hemos bajado la guardia, pero no para pelear hasta la última gota, sino rindiéndonos ante el adversario. No nos fatigamos por las cosas del reino, no hemos invertido económicamente en el reino, no adiestramos y animamos a nuestros hijos por la causa del reino, no hemos peleado con todas nuestras fuerzas

   Será que nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros hermanos y compañeros de cuadra ven en nosotros un “guerrero” o ven un payaso afeminado. Sera que nosotros mismos al final del combate podríamos decir como Pablo ese gran boxeador de Dios, “he peleado la buena batalla”? o la gente dirá, “qué bueno que el Señor se lo llevo.”

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