lunes, 10 de septiembre de 2012

Imágenes de Jesús, Segunda parte


¿Jesús Quién Es usted?


Son demasiados siglos, los que han pasado, muchas generaciones. Le han predicado, escrito y cantado, al Jesús el Hijo de Dios, y se confirma el hecho de que, cada vez que el hombre toca lo sagrado, a lo daña.
            “La gran dificultad que los cristianos tienen en general para relacionar su fe con cuestiones sociales, económicas y políticas está estrechamente vinculada con su carencia de un fundamento cristológico adecuado para la acción y el pensamiento.”[1]
En el principio de la iglesia institucional, a partir del 303 d.C  la cristología[2] dejo de ser algo “practico”  se convirtió en una cristología dogmática que luego se complica  porque esta estaba vinculada con un cristianismo que a partir del Emperador Constantino desempeño en la sociedad un papel similar al de la vieja religión estatal en  el Imperio Romano. El Señor concebido como un rey celestial investido de funciones y poderes terrenales, una figura que daba su apoyo al emperador cristiano que gobernaba en su nombre. La misión histórica de Jesús se vio empañada por la imagen imperial cristiana[3] aun después de la caída del imperio romano la imagen “impersonal” de Cristo siguió siendo venerada en detrimento de la imagen del “Hijo de Dios” encarnado.

El Cristo que nos vino de España

Ciertamente, el Cristo llegó a nosotros vía España: la España que dotada de un sentido de misión, de una mística muy propia del espíritu ibero, realizó la conquista y colonización de gran parte del Nuevo Mundo. "Por la primera y última vez en la historia del cristianismo", dice Juan Mackay, "la espada y la cruz formaron una alianza ofensiva para llevar el cristianismo, o lo que se consideraba como tal, a tierras extrañas". Al frente de la empresa venía el almirante genovés don Cristóbal Colón, quien ufanándose de la etimología de su nombre Cristóforo se consideraba un verdadero "portador de Cristo". ¿De cuál Cristo? preguntamos. Ningún otro sino el de las austeras vestimentas medievales, el de los rígidos y fríos escolásticos, el Cristo del pueblo español, el cual en la actualidad la mayoría rinde adoración, o sea el Cristo carne (Jesús de Nazaret)”.[4]

A este mismo cristo español Miguel de Unamuno le dedico estos versos:

El Cristo de mi tierra es solo tierra, tierra, tierra, tierra… carne que no palpita, tierra, tierra, tierra, tierra… cuajones de sangre que no fluye, tierra, tierra, tierra, tierra.”[5]

A que le escribiera Antonio  Machado:

¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?

  ¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
Antonio Machado
            Por eso diría Núñez en su El Cristo de Iberoamérica:

“Muy extraño debe haberles parecido a los aborígenes americanos este Cristo de sus conquistadores: el dios blanco que muere por toda la humanidad, establece una religión cuyo jefe máximo está en Roma, y cuenta entre sus seguidores al rey hispano, quien envía un grupo de sus aguerridos súbditos a descubrir y sojuzgar tierras misteriosas y lejanas al otro lado del mar. En nombre de Dios y del rey estos castellanos, rubios como el sol y cabalgando briosos corceles, matan indios a diestra y siniestra, les despojan de sus tierras, les violan a sus mujeres, y convierten a todos, los que sobreviven la matanza, en esclavos del papa y del gran imperio español, “En muchos casos”, "el espíritu de la espada fue más fuerte y poderoso que el espíritu de la cruz. Para muchos Cristo no era un Salvador que había dado su vida por ellos sino un tirano celestial que destruía las vidas para su gloria, por la conquista de dominios y terrenos. Con excepción de la obra caritativa de algunos frailes misioneros,[6]

El mismo Núñez acallara que este Cristo de los conquistadores de “La cruz y el arcabuz” no era la única versión de Cristo que tenía España, pero el “otro Cristo” no atravesó el mar.

No era éste el Cristo que anunciaban con notas de oro los clarines de la Reforma religiosa del siglo XVI. Esta se quedaría atrás, allá en España, combatida tenazmente por Ignacio de Loyola, aplastada por Carlos V y Felipe II, consumida en las llamas implacables de los autos de fe. Mientras otros países europeos se sacudían la modorra de siglos en el despertar convulsivo de la Reforma, España seguía quieta, inerte, sin experimentar en su religión los dolores de parto de una nueva era. “El otro Cristo español”, que llegaron a cantar en poemas incomparables los grandes místicos de España, corno Juan de la Cruz y Fray Luis de Granada,[7] fue lento en su peregrinar al nuevo continente. Si tuvo seguidores aquí desde el principio de la colonia, su influencia no fue lo suficientemente poderosa como para anular del todo la del Cristo de las tradiciones. [8]


[1] C. Rene Padilla Hacia una cristología evangélica contextual. Boletín Teológico 30. Pág 47-
[2] Cristología: El estudio de la persona, obra y ministerio de Jesucristo.
[3] Hans Schmidt “política y Cristología. Pag.33ss
[4]. Emilio Antonio Núñez El Cristo de Iberoamérica.
[5] Unamuno El Cristo yacente de Santa Clara. Pág. 130
[6] Núñez  óp. cit
[7] Mackay establecía un contraste entre ese Cristo de la religiosidad oficial y lo que él llamaba "el otro Cristo español," el de los místicos del Siglo de Oro como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, y el de los cristianos rebeldes de la España moderna como Miguel de Unamuno.
[8] Ibid.

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