sábado, 18 de junio de 2016

padre

Reflexiones por el día del Padre



 

No deja de ser incomodo la celebración de esta fecha, se dicen tantas cosas de los méritos del papa como si fueran esfuerzo o virtudes del esfuerzo propio. Es como recibir la máxima calificación en un examen que te copiaste.
Todo lo que se aplaude de los padres, no es algo que es producto humano ni de educación, ni de sabiduría humana. Es algo que el Padre celestial, dejó grabado en el varón como parte de su legado.
El Diseñador de la familia, imprimió en el varón rasgos de su propia personalidad para que cumpliese con todas las demandas que se espera del varón de la familia. La paternidad, igual que la maternidad, Dios lo dejó impregnado en el ser humano, es algo instintivo. Así que como no hay premios y aplausos, por el instinto de supervivencia, igual no debería haber por ser padre. Pero como el pecado ha arruinado el diseño divino y original de la paternidad, queremos reconocer a los que se han mantenido fieles al instinto, a pesar de las voces adversas.
Estas virtudes, incluidas en el ADN de cada varón son:
ü  Amoroso
               Tenemos que reconocer que El amor viene de Dios, y por ese amor estuvo dispuesto a dar a su hijo por nosotros para nuestra salvación. Para que fuéramos perdonados. Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él.” (1 Juan 3:1).
               La disciplina es una extensión del amor Proverbios 13:24; 23:13-14. Si no corregimos a nuestros hijos, demostramos que no los amamos. Dios nos corrige para nuestro bien. Es necesario si queremos crecer en nuestro caminar con Dios. Él quiere que tengamos vida eterna. Somos pecadores y necesitamos que nos discipline, nos corrija para tener vida eterna.
ü  Presente
               Hay un atributo de Dios que ni siquiera el mejor padre sería capaz de imitar, y es que Él tiene la capacidad para estar contigo en cada momento. Los padres humanos no pueden de ninguna forma darte su atención durante las 24 horas, pero Dios sí. En cualquier momento, en cualquier lugar, sin importar la circunstancia, Dios te puede atender íntegramente (1 P 5.7); incluso conoce cada uno de los        de tu cabeza (Mt 10.30-31)
ü  Instructor
      El mandamiento más grande en la Escritura es este: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.” (Deuteronomio 6:5). Retrocediendo al verso 2, leemos, “…para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tu, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados.” Siguiendo los versos, más adelante dice, “Y esas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (versos 6-7).
       La historia hebrea revela que el padre debía ser diligente en instruir a sus hijos en los caminos y las palabras del Señor para su propio desarrollo espiritual y bienestar. El padre que era obediente a los mandamientos de las Escrituras hacía esto justamente. La importancia primaria de este pasaje es la responsabilidad de los padres en el hogar de que los niños puedan ser criados en la “disciplina y amonestación del Señor.” Esto nos lleva a un pasaje en el Libro de los Proverbios 22:6-11; pero primeramente al verso 6, en el cual leemos, “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo (conforme se haga mayor) no se apartará de él.” Instruir, se refiere a las primeras enseñanzas que un padre y madre deben dar a su hijo, esto es, su educación temprana. El instruir tiene como objetivo colocar ante el niño la forma de vida prevista para él. El iniciar la educación del niño de esta manera es de gran importancia, al igual que un árbol sigue la inclinación de sus primeros tres años.
        Seguro hay otros rasgos de la paternidad responsable dignos de analizar, como el ser proveedor, sacerdote, pero en otro momento los revisaremos. Ahora a revisar estos, y a lo mejor y pulir ese instito divino

Feliz día del padre


           


domingo, 5 de junio de 2016

He peleado la buena batalla


       



  Se podría decir que el apóstol Pablo era un fanático de los deportes de su época, los juegos olímpicos cada 4 años y los juegos Ístmicos que se realizaban en Corinto cada dos años. Y él nos salpica de esa pasión y respeto que tenía por la disciplina de esos atletas, constantemente en su carta, sobre todo las dedicadas a personas de su equipo.
 
          Cuando escuché de la muerte Muhammad Ali, un polémico, un boxeador que nos sorprendió a todos dentro y fuera del ring, me hizo pensar en las palabras del apóstol Pablo que dan título a este escrito.  Alí se constituyó así mismo “el mas grande” por dos décadas y pocos se atrevieron a retarle ese título. Ali cambio el espectáculo del boxeo, y es con él que empiezan las cifras millonarias, y todos sus encuentros eran “la pelea del siglo”; los videos de sus hazañas han quedado para no dejar dudas de nuestro escrito.
     Al mejor estilo del apóstol Pablo, Ali nos deja interesantes lecciones a los varones que estamos en la batalla del día a día, lecciones dignas de aplicar a nuestra vida y ministerio. Su estilo de pelea, él mismo lo describía como “vuelo como mariposa y pico como abeja” describe realmente el estilo de un súper pesado que se movía como un ligero y pegaba como un pesado.

   Para Ali la pelea empezaba desde el momento que se firmaba el contrato. Iniciaba una guerra psicológica contra su adversario, o con gritos y amenazas muy de su personalidad. Per dentro del ring realmente dejaba claro que no era solo boca, sino que lo que decía lo respaldaba con sus puños. Vaya lección para nosotros los hombres de hoy, que decimos y decimos y no hacemos y no hacemos. Eso de “palabra de hombre” que se nos enseñó en casa en nuestra sociedad no existe, en la iglesia no existe; nos comprometemos con ministerios que no cumplimos, con horas que no respetamos, con apoyo económico que se nos olvida porque  a nuestra palabra no la apoya nuestro puño.
      En el ring, era un blanco (juego del idioma, sería realmente un negro) difícil de alcanzar, cosa que no le gustaba a muchos, y menos a los contrincantes, que no sabían qué hacer con el vuelo de la mariposa y la picada de la avispa. Nosotros los varones de hoy debemos ser “blancos difíciles”; no dar lugar al Diablo, al mundo y a la carne, siendo temerosos de nuestras conversaciones, fieles a Dios, a nuestras esposas y a la iglesia. Irreprensibles, difíciles de agarrar en trampa.
      El engaño al contrincante de hacerle creer que ya estaba vencido, y así se confiara y abriera la guardia, nos enseña que nosotros tenemos queser astutos y  ser sagaces en este mundo, no dejar que nos lleven al límite de nuestras fuerzas. Debemos pelear de tal forma que confundamos al adversario con una estrategia y un plan de pelea, no se puede vencer al enemigo si desconocemos su estrategia y su fuerza.
     El famoso juego de cintura, que ante el impacto del golpe lo asimilaba no deteniéndolo sino yéndose con él; nosotros no hemos aprendido a sacarle el mayor provecho a los golpes de la adversidad, sino que nos ponemos a quejarnos y sentirnos víctimas; no hemos aprendido a decir, “Señor, qué quieres enseñarme, qué provecho le saco a esto.
    Lo fulminante de Ali era que una vez el contrincante creía que, porque lo tenía contra las cuerdas y con la guardia abajo era pan comido, de una manera sorprende desde abajo, comenzaba a sacar sus golpes demoledores y a mover su cuerpo de tal forma que la sorpresa del contrincante abonaba a favor de la furia final de Ali. Nosotros los varones cristianos de este tiempo no hemos peleado hasta la sangre, no hemos peleado con todas nuestras fuerzas, hemos bajado la guardia, pero no para pelear hasta la última gota, sino rindiéndonos ante el adversario. No nos fatigamos por las cosas del reino, no hemos invertido económicamente en el reino, no adiestramos y animamos a nuestros hijos por la causa del reino, no hemos peleado con todas nuestras fuerzas

   Será que nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros hermanos y compañeros de cuadra ven en nosotros un “guerrero” o ven un payaso afeminado. Sera que nosotros mismos al final del combate podríamos decir como Pablo ese gran boxeador de Dios, “he peleado la buena batalla”? o la gente dirá, “qué bueno que el Señor se lo llevo.”