¿Jesús Quién Es usted?
Son demasiados siglos, los que han pasado,
muchas generaciones. Le han predicado, escrito y cantado, al Jesús el Hijo de
Dios, y se confirma el hecho de que, cada vez que el hombre toca lo sagrado, a
lo daña.
“La
gran dificultad que los cristianos tienen en general para relacionar su fe con
cuestiones sociales, económicas y políticas está estrechamente vinculada con su
carencia de un fundamento cristológico adecuado para la acción y el pensamiento.”[1]
En el principio
de la iglesia institucional, a partir del 303 d.C la cristología[2] dejo de
ser algo “practico” se convirtió en una
cristología dogmática que luego se complica
porque esta estaba vinculada con un cristianismo que a partir del
Emperador Constantino desempeño en la sociedad un papel similar al de la vieja
religión estatal en el Imperio Romano.
El Señor concebido como un rey celestial investido de funciones y poderes terrenales,
una figura que daba su apoyo al emperador cristiano que gobernaba en su nombre.
La misión histórica de Jesús se vio empañada por la imagen imperial cristiana[3] aun
después de la caída del imperio romano la imagen “impersonal” de Cristo siguió
siendo venerada en detrimento de la imagen del “Hijo de Dios” encarnado.
El Cristo que nos vino de
España
“ Ciertamente, el
Cristo llegó a nosotros vía España: la España que dotada de un sentido de
misión, de una mística muy propia del espíritu ibero, realizó la conquista y colonización
de gran parte del Nuevo Mundo. "Por la primera y última vez en la historia
del cristianismo", dice Juan Mackay, "la espada y la cruz formaron
una alianza ofensiva para llevar el cristianismo, o lo que se consideraba como
tal, a tierras extrañas". Al frente de la empresa venía el almirante
genovés don Cristóbal Colón, quien ufanándose de la etimología de su nombre
Cristóforo se consideraba un verdadero "portador de Cristo". ¿De cuál
Cristo? preguntamos. Ningún otro sino el de las austeras vestimentas
medievales, el de los rígidos y fríos escolásticos, el Cristo del pueblo español,
el cual en la actualidad la mayoría rinde adoración, o sea el Cristo carne
(Jesús de Nazaret)”.[4]
A este mismo cristo español Miguel de Unamuno le dedico estos
versos:
“El Cristo de mi tierra es solo tierra, tierra, tierra, tierra…
carne que no palpita, tierra, tierra, tierra, tierra… cuajones de sangre que no
fluye, tierra, tierra, tierra, tierra.”[5]
A que le escribiera Antonio
Machado:
¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
Antonio Machado
Por
eso diría Núñez en su El Cristo de Iberoamérica:
“Muy extraño debe haberles parecido a los aborígenes americanos este Cristo
de sus conquistadores: el dios blanco que muere por toda la humanidad,
establece una religión cuyo jefe máximo está en Roma, y cuenta entre sus
seguidores al rey hispano, quien envía un grupo de sus aguerridos súbditos a
descubrir y sojuzgar tierras misteriosas y lejanas al otro lado del mar. En
nombre de Dios y del rey estos castellanos, rubios como el sol y cabalgando
briosos corceles, matan indios a diestra y siniestra, les despojan de sus
tierras, les violan a sus mujeres, y convierten a todos, los que sobreviven la
matanza, en esclavos del papa y del gran imperio español, “En muchos casos”, "el
espíritu de la espada fue más fuerte y poderoso que el espíritu de la cruz.
Para muchos Cristo no era un Salvador que había dado su vida por ellos sino un
tirano celestial que destruía las vidas para su gloria, por la conquista de dominios
y terrenos. Con excepción de la obra caritativa de algunos frailes
misioneros,[6]
El mismo Núñez acallara que este
Cristo de los conquistadores de “La cruz y el arcabuz” no era la única versión
de Cristo que tenía España, pero el “otro Cristo” no atravesó el mar.
No era éste el
Cristo que anunciaban con notas de oro los clarines de la Reforma religiosa del
siglo XVI. Esta se quedaría atrás, allá en
España, combatida tenazmente por Ignacio de Loyola, aplastada por Carlos V y
Felipe II, consumida en las llamas implacables de los autos de fe. Mientras
otros países europeos se sacudían la modorra de siglos en el despertar
convulsivo de la Reforma, España seguía quieta, inerte, sin experimentar en su
religión los dolores de parto de una nueva era. “El otro Cristo español”, que
llegaron a cantar en poemas incomparables los grandes místicos de España, corno
Juan de la Cruz y Fray Luis de Granada,[7] fue
lento en su peregrinar al nuevo continente. Si tuvo seguidores aquí desde el
principio de la colonia, su influencia no fue lo suficientemente poderosa como
para anular del todo la del Cristo de las tradiciones. [8]
[1] C. Rene Padilla Hacia una cristología evangélica
contextual. Boletín Teológico 30. Pág 47-
[2]
Cristología: El
estudio de la persona, obra y ministerio de Jesucristo.
[3] Hans Schmidt “política y Cristología. Pag.33ss
[4]. Emilio Antonio Núñez El Cristo de Iberoamérica.
[5]
Unamuno El Cristo yacente de Santa Clara. Pág. 130
[6]
Núñez óp. cit
[7]
Mackay establecía un contraste entre ese Cristo
de la religiosidad oficial y lo que él llamaba "el otro Cristo español,"
el de los místicos del Siglo de Oro como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la
Cruz, y el de los cristianos rebeldes de la España moderna como Miguel de
Unamuno.
[8]
Ibid.